domingo, 11 de enero de 2015



IM MEMORIAM DE FRANCISCO MOLINA OLMOS


“Te perdiste los olores
de tu pueblo en el verano
de los trigos en las eras
de los mirtos y los nardos…”

─Mándame ropa de abrigo Juan, que no puedo soportar el frío que hace. Esta frase iba incluida en la última, y escueta misiva, que, Francisco Molina Olmos, vecino de Olivares de Moclín, prisionero en el campo nazi de Gusen, envió a su hermano Juan, refugiado político residente en Francia. (Ambos habían combatido en el Ejército Republicano durante la guerra civil).
Juan, reunió sus escasos ahorros y le compró un jersey de gruesa lana, varios pares de calcetines, y le envió un paquete a través de Cruz Roja para que lo recibiera en Navidad. También le mandó algunos alimentos, pues estaba al tanto del hambre que padecían, y de las terribles condiciones de vida que tenían que soportar.

Ya cayeron las hojas de los árboles
Como cada otoño desde siempre
Y las nieves con toda su crudeza
Se hicieron perpetuas, omnipresentes

─Pero Francisco nunca recibió el paquete, porque unos días antes de la Navidad de 1941, fue trasladado al campo principal; Mauthausen.
Francisco no sospechaba que este traslado, iba a suponer un calvario mucho peor que el sufrido en Gusen, pero pronto pudo comprobar que, sus padecimientos, no habían hecho más que empezar.
─ Hacinados en barracones infectos, sin ropa de abrigo, sin comida, y con unas temperaturas de varios grados bajo cero, los prisioneros se arrebujaban unos con otros, en un infructuoso intento de darse calor.
─ ¿Pero qué calor podían darse unos cuerpos famélicos y enfermos?
─ La noche pasaba lentamente, entre tiritonas, y llantos ahogados. De madrugaba, los nazis, y guardianes, aparecían para increparles, vejarles, humillarles, y llevarles al trabajo. Subir más de cien escalones cargados con una enorme piedra en sus espaldas, bajar, subir, volver a bajar… y así, durante todo el día.
 Francisco está débil y su escuálido cuerpo, no puede aguantar el ímprobo esfuerzo: se desploma y cae;  un vigilante le da un culetazo con su fusil, intenta levantarse y vuelve a caer. Otro prisionero le ayuda y consigue llegar arriba una vez más.
─ ¡Aguanta chaval, aguanta!… o estos te matarán si te ven enfermo─ le susurra apremiante.
-Francisco, se ha hecho un hombre entre trincheras y cañonazos, luchando desde los 19 años, cuando apenas era un niño, sabe de padecimientos y privaciones, de vivir en peligro, pero esta barbarie actual, apenas la puede soportar. Piensa que es un mal sueño, una pesadilla, que pronto terminará, y podrá volver a su pueblo, a sus Olivares. Quizá aquella chica que tanto le gustaba, aún esté esperándole… quizá…
-Aguanta unos pocos días más, sin perder la esperanza, sacando fuerzas de su férrea voluntad, y de su noble carácter. Pasa hambre y se pregunta, por qué, su hermano, no le manda paquetes como antes.  Ni siquiera se puede imaginar la desesperación de Juan, cuando Cruz Roja le devuelve el último envío por no haber encontrado al destinatario.
- El tiempo se acaba para Francisco. El día trece de Enero de 1942 cumplió 25 años, pero apenas fue consciente de ello. Tose mucho, tiene un fuerte dolor en el pecho que apenas le deja respirar. Está tan débil y enfermo que, al día siguiente, no puede levantarse para ir a trabajar; la fiebre le consume. A las tres y media de la tarde, le van a buscar. Francisco cree que le llevan a la enfermería, pero no; le trasladan con otros  prisioneros, a lo que ellos creían eran las duchas.
-¡Por fin nos vamos a poder duchar! piensa gozoso. Quizá con el agua calentita se me pase este catarro – exclama esperanzado.
-Entran en el recinto y las puertas se cierran. De arriba, del techo, no cae agua caliente, sino gas venenoso. Francisco se retuerce entre estertores agónicos, intentando salir de allí, pero no puede; gritan, arañan las paredes y las puertas, pero todo es inútil y en pocos minutos, todo ha acabado.
─ Fuera, sus verdugos, fuman, ríen, y bromean, como si no pasara nada. Después de un tiempo prudencial, se abren las compuertas, y la montaña de cuerpos retorcidos, es cargada sin miramientos en pequeños carromatos, y trasladada a los hornos crematorios, para reducirles a cenizas, y tratar de borrar toda huella del asesinato.
─ Cuando el campo fue liberado por los aliados, un sacerdote que había sido compañero de Francisco en el campo y sobrevivió, busco a Juan en Francia, y le relató la terrible suerte de su hermano. En sus manos portaba una pequeña urna de latón, con cenizas de los hornos crematorios. Juan perdió el conocimiento cuando supo la noticia y estuvo varios meses enfermo con una grave depresión. Jamás pudo hablar de su hermano sin que las lágrimas acudieran a sus ojos como torrentes desbocados, al igual que sus padres, y el resto de sus hermanos.
─ Amigos, esta es la triste y dramática historia de un Garduño, que tuvo muy mala suerte. Yo, su sobrina, me he propuesto que la memoria de Francisco Molina Olmos, no caiga en el olvido, a pesar de la miserable actitud del Alcalde de Moclín, el cual se ha negado tan siquiera, a considerar rendirle un homenaje. Mi tío es el único vecino del municipio de Moclín, que tuvo una muerte tan horrible, pero a este hombre, no deben parecerle demasiados méritos. Moclín debe ser el único municipio de España, que se ha negado a honrar la memoria de uno de sus vecinos, mártir del Holocausto. ¡¡Vergüenza y deshonor para el Consistorio que permite semejante felonía e injusticia!!
 Yo publicaré reseñas en su honor siempre que la ocasión lo requiera, y espero que, a los políticos municipales, se les caiga la cara de vergüenza, si es que la tienen ¡Claro!
Hoy día 14/01/2015 hace 73 años de su asesinato, y en mi recuerdo, y en el de mi familia, ÉL, siempre está presente.

Un muchacho de andares vacilantes
Avanza entre las nieves con esfuerzo
Catorce horas de trabajo le esperaban
Como cada día, desde hacía tanto tiempo.
¿Dónde se esconden las aves en invierno?
Aquellas que me alegraban con sus trinos
Aquellas que me daban esperanzas
De justicia, pan, y otros destinos
¡Basura! me llaman los soldados
¡Miserable! sin pueblo y sin derechos
Francisco Molina Olmos me llamo
Y soy un hombre, un soldado, y no un desecho
Yo no soy un paria sin arraigos
Yo soy de los Molinas de mi pueblo
De mi pueblo lejano y añorado
De mi clara y ardiente Andalucía
Y en mi casa me esperan con amor
Añorándome con ansia noche y día
Soldado en una guerra fratricida
De esa España tan lejana  y tan ingrata
Que abandona y olvida a sus soldados.
Y les niega el honor y las medallas.

Dedicada con amor a mi tío, no por ausente, menos querido.
DESCANSA EN PAZ.         Ana Molina: 14/01/2015


viernes, 12 de septiembre de 2014

La Higuera de mi niñez





La Higuera de mi niñez

La noche caía sobre el valle hermoso
Cuando te vi a lo lejos verde y robusta
De tus ramas frondosas, las verdes hojas
Refulgían turgentes, llenas de vida.
La higuera de mi niñez, allí seguía
Esperando a sus dueños que antaño fueron
Niños y mayores, todos lo vimos
El milagro del genio que te cambió.
De toda nuestra historia siempre destacas
Cuan motor y alma mater de mi niñez
Quería que crecieras y así lo hiciste
Madurando conmigo, sin fenecer
Me marché y otros dueños de ti cuidaron
Guiándote con tino y buena mano
Pero nunca olvidé que allí seguías
Y volví a tu lado año tras año
Tocarte con mis manos comer tus frutos
Y añorarte otra vez cuando me voy.
Las veces que al pueblo mis pasos guio
Lo primero que quiero es saber de ti
Tocarte, contemplarte, gozar contigo
Recordar a tú lado penas y llantos
No olvidar que allí cerca tengo mi arraigo
Y seguir con mi vida por otro año
¡Ay! de aquellos cálidos y largos días
De los estíos dorados que allí viví
Cuando  me refugiaba buscando amparo
Al lado del “cañillo”, junto al pretil
Mi hermano mayor guió tus ramas
Injertando tus tallos con precisión
Él se marchaba lejos, muy lejos
A tierras extrañas buscando el pan
Y yo siempre le añoraba cuando se iba
Y siempre deseaba verle llegar
Alto, moreno, lleno de vida
Que volviera a su casa y a su solaz
Que viera su higuera, porque suya era
Y que ya no se fuera nunca jamás
La higuera quería con su pujanza
Ayudarle a él, que tanto hizo
Antonio se llamaba, nunca lo olvido
El mismo que tu loca estirpe cambió
Con sus manos de niño te hizo buena
Con su fuerza y cariño, a mí me crió
Haciéndome  de padre cuando el destino
Tan dura carga le encomendó.
 
 
 

 
 

sábado, 23 de agosto de 2014

UNA TRISTE HISTORIA




El tío Arsenio tenía diez vacas. Las llevaba todos los días a pastar a la montaña que hay junto a su pueblo. De esta forma, las vacas, le daban cada día 20 litros de la mejor leche por cabeza. La empresa lechera local acudía a diario a recogerle la leche al domicilio y le pagaban un buen precio por ella, pues valoraban  mucho su calidad. La central lechera era muy famosa por sus productos lácteos y tenía una fiel clientela a nivel regional. El tío Arsenio estaba muy contento. Ganaba lo suficiente para vivir tranquilamente, pagaba sus impuestos al Estado y al ayuntamiento, generaba empleo a través de los servicios de un veterinario y de las pequeñas compras que realizaba a sus proveedores para mantener su granja. También generaba riqueza en su pueblo, comprando en el supermercado o la panadería, así como en la tasca del Indalecio donde degustaba unos vasitos de vino y se jugaba la partidita. Incluso tenía unos pequeños beneficios, los cuales iba ahorrando para el futuro.
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La empresa lechera local crecía gracias en parte a la calidad de sus productos, y a la excelente materia prima de la leche de las vacas del tío Arsenio. Así que ésta, le pidió al segundo que aumentara su producción para poder abastecer a la fiel clientela. Al tío Arsenio no le agradaba mucho la idea, pero ante el miedo de perder a su único cliente, accedió y pidió un préstamo al banco, que junto con el dinero que había ahorrado, le sirvió para comprar diez vacas más. Como tener tantas vacas le generaba mucho trabajo, decidió contratar a un ayudante con su correspondiente cotización a la seguridad social. De esta forma, el tío Arsenio empezó a generar empleo directo y más riqueza para el pueblo.
Pero, al poco tiempo, una multinacional se fijó en la empresa lechera local e hizo una oferta millonaria por ella, que los dueños ya mayores, no pudieron rechazar. La multinacional invirtió en la empresa lechera, optimizó sus procesos para ser competitivos, despidió al 30% de la plantilla para mejorar la productividad y le dijo al tío Arsenio que debía bajar el precio de la leche si quería que le siguieran comprando. La excusa que le dieron fue que el precio lo ponen unos señores en Londres para garantizar la estabilidad de los precios de las materias primas en el mercado y bla, bla, bla.
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·         Al tío Arsenio no le salían las cuentas. Si quería pagar el préstamo al banco, no podía pagar al ayudante, por lo que tuvo que despedirlo y hacerse cargo él sólo de todas las vacas. Además, la multinacional le pidió que aumentara la cantidad de leche para vender. El tío Arsenio le comentó a la multinacional que no tenía dinero para comprar más vacas. La multinacional le aconsejó que comprara pienso, como complemento a la dieta natural de las vacas, para engordarlas más y que dieran más leche, aunque así se perdiera algo de calidad. Pero se ganaría en productividad. Al comprar pienso los gastos del tío Arsenio aumentaron. Con el precio al que vendía la leche, ya no le daba para pagar al banco, a proveedores y para poder vivir él. Desesperado por mantener a sus vacas, decidió ir al banco a pedir otro préstamo, pero se lo denegaron porque un señor del departamento de riesgos, situado en otro país, decidió que no era viable. Al no poder hacer frente a sus pagos, el banco embargó la granja al tío Arsenio. El banco abandonó la granja, esperando venderla, y sacrificó a las vacas porque le suponían altos costes de mantenimiento.
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En la actualidad, el tío Arsenio ya no paga impuestos, no genera empleo directo ni indirecto, ni ningún tipo de riqueza para el pueblo. El tío Arsenio le cuesta al estado 420€ mensuales por una ayuda no contributiva, que apenas le da para pagar el alquiler de una habitación, luz y agua, teniendo que pedir todas las semanas ayuda al comedor social de la zona para poder subsistir y cuyos fondos son obtenidos por ayudas del Estado.
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La multinacional cerró la fábrica lechera para ubicarla en un país extranjero, donde los costes son menores, aumentando así sus ya enormes beneficios. Despidió a todo su personal.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado. Les suena ¿Verdad?

lunes, 5 de mayo de 2014

LAS DETECTIVES RETORTILLO- Capítulo 17


Queridos lectores: aquí os dejo un capítulo de mi nueva novela. Espero que despierte vuestro interés y la compréis. Os recuerdo que está a la venta en librerías previo encargo y en la página web de la Editorial United p.c. Así mismo se encuentra a la venta on line en Amazon.com.
 

Purita Umbría estaba dedicada en cuerpo y alma a facilitar lo antes posible el tránsito de su señora desde esta vida a la otra. Fiel a sus planes meticulosamente trazados, agasajaba a la anciana día y noche, sin darle ni el más mínimo motivo de disgusto. La pobre señora, que había caído en picado y presentaba un delicado estado de salud, agradecía aquellas atenciones y mimos de su sirvienta; eran un bálsamo para su soledad y su actual situación de desamparo. Nadie que la hubiera conocido en el pasado hubiera podido reconocerla en los últimos tiempos. Había perdido mucho peso y su espalda encorvada, piel translúcida, pelo blanco y aspecto desmejorado vaticinaban un cercano final.
Don Evaristo, el joven doctor que sustituyó al anterior, no podía entender qué mal la aquejaba, dado que sus extraños episodios lo tenían desorientado y no conseguía identificar los síntomas que padecía. La apatía y falta de apetito eran las características fundamentales de la enfermedad, alternadas en corto espacio de tiempo con fuertes episodios de diarreas y vómitos. Así llevaba más de un año y el buen hombre no conseguía dar con el tónico adecuado para regular su caprichoso organismo. Muy preocupado por el deterioro de su salud, le propuso su ingreso en una clínica, para ser alimentada por vía parenteral, ya que era la única solución viable, según su docta opinión.
Doña María no quiso oír hablar de ello y dejó muy claro que no saldría de su casa bajo ningún concepto.
—Señora, debería usted dejar que la traslademos; allí le harán pruebas y análisis que yo aquí no le puedo realizar —decía don Evaristo, con su infinita paciencia.
—¡Quite, quite! —decía tozudamente—. Yo no salgo de mi casa; lo que tenga que ser, será.
—¡Pero mujer, puede usted mejorar y ponerse buena en cuanto averigüemos lo que le pasa! ¿Por qué no accede a ir unos días?
—Mire, don Evaristo —dijo la señora mirándolo fijamente con sus dulces ojos—. Ya he vivido más que suficiente, no pasa nada si me muero.
Purita, que asistía en silencio a la entrevista con el doctor, dejó escapar unas furtivas lágrimas acompañadas de un sonoro sorbetón de nariz, lo que hizo que ambos la miraran con afecto y ternura.
—¡Cómo quiere la sirvienta a su señora! Es conmovedor —pensó el galeno.
—¡Ande, ande…, deje ya el tema! Mire lo que hemos conseguido. ¡Pobre Purita! —dijo la enferma—. Anda, niña, vete a prepararme un caldo de esos que tan bien te salen y tráeme una tacita —ordenó amorosamente la señora—. Y de paso, llévale otro a Fidela, que te lo agradecerá.
—Sí, señora —contestó la muchacha mansamente.
Una vez en la cocina y cuando estuvo segura de que nadie la veía, Purita avivó el fuego en el que ya cocía una olla con trozos de pollo, un buen pedazo de jamón, ajos, cebolla y algunas verduras y lo llevó a ebullición fuerte, después de haberlo tenido un buen rato a fuego lento. Cuando ya el rico olorcillo impregnaba toda la estancia, comprobó que estaba a punto de sal y se dispuso a llenar dos grandes tazones con el exquisito brebaje.
Una vez llenos los recipientes, añadió un chorrito de aromático vino de jerez y una pizca de algo que sacó del bolsillo de su delantal y que guardaba dentro de un frasquito de cristal. A continuación, se dispuso a servirlo a las dos ancianas. Tuvo especial cuidado de que quedara caldo suficiente para ella y también pensó astutamente ofrecerle una taza al joven doctor.
Sirvió primero a la señora, que le agradeció la prontitud con una sonrisa, y ofreció otra taza a don Evaristo, que había prolongado su visita conversando animadamente con doña María.
—¿Le traigo una tacita, doctor?
—Ah, pues muchas gracias; se lo acepto encantado
—contestó el galeno agradablemente sorprendido—. Tiene usted una joya en casa con esta muchacha —co­men­tó el buen hombre.
—Sí, sí que la tengo —agregó doña María henchida de satisfacción.
Purita regresó a la cocina, donde preparó otra taza de caldo, al que añadió un generoso chorro de jerez, y se lo sirvió con diligencia. Eran las doce del mediodía y el apetito corroía el estómago del vigoroso doctor. Bebió su caldo con deleite y se puso en pie dispuesto a marcharse. Antes de irse, comprobó con afecto cómo la enferma degustaba su ración y un imperceptible arrebol daba vida a sus mejillas con la ingesta del vivificante brebaje.
Cuando el galeno se marchó, Purita se dirigió hacia el emparrado, donde Fidela entretenía su tiempo desgranando unas judías.
—¿Qué quieres? —preguntó la anciana, que últimamente veía poco.
—Le traigo un caldito, Fidela.
—Gracias, hija, me viene muy bien.
Nadie que hubiera presenciado la secuencia hubiera podido sospechar, dada la actitud de la sirvienta, que en los tazones, bien camuflado y diluido en el caldo, iba una buena dosis de arsénico.
—¡Moríos ya! —mascullaba Purita mientras las servía.
No obstante, sus deseos no se cumplían con la rapidez que ella anhelaba y esto le hacía impacientarse. El matarratas se le estaba acabando y aquellos dos vejestorios no acababan de morirse.
—Tendré que volver otra vez a la choza de Eusebio—pensaba.
Purita había empezado a suministrar a su señora pequeñísimas dosis del veneno sustraído. Pensó que apenas lo notaría, pues ella ya padecía de fuertes problemas estomacales. Un poquito de aquello mezclado con la comida… no levantaría sospechas. No obstante, a última hora, decidió incluir a Fidela, de la que estaba más que harta. Era una temeridad y algunas veces le asustaba pensar que alguien la descubriera; pero era superior a sus fuerzas aguantar a las dos mujeres y pensar, sólo pensar que tuviera que hacerse cargo de la vieja doncella una vez desapareciera la dueña de la casa, como así estipulaba el testamento de la misma, la ponía frenética.
Cuando las dos desaparecieran, la suma que heredaría sería más que suficiente para hacer lo que le viniera en gana el resto de sus días. Merecía la pena arriesgarse.
El estado de salud de doña María sufría constantes altibajos perfectamente calculados por la fría mente de Purita, que se había documentado bien de los efectos que el veneno produciría en su organismo. A fuer de leer y releer un pequeño librito que encontró por casualidad en la bien surtida biblioteca de la casa, era ya una experta en la sintomatología que experimentarían las personas que ingirieran el compuesto. Supo por el pequeño manual que el arsénico se va acumulando en el organismo y lo va minando hasta la muerte de la persona. Prácticamente los síntomas que producía eran los mismos que ya sufría la enferma antes de tomarlo, por lo que sería muy extraño que llamara la atención del doctor. A pesar de ello, sufrió un gran sobresalto cuando oyó al galeno aconsejar a doña María que ingresara en un hospital, para someterse a otros estudios más pormenorizados y a una opinión más cualificada.
«Tengo que ir con mucho cuidado», pensaba constantemente. Fue entonces cuando decidió administrarle a Fidela su pequeña ración de veneno. Si enfermaban las dos con un intervalo en el tiempo, a nadie se le podría pasar por la cabeza que allí había algo raro; más bien pensarían que la una había contagiado a la otra.
El veneno se hizo notar con prontitud en el debilitado organismo de doña María, pero en Fidela no producía el menor síntoma. Sigilosamente, la espiaba para comprobar que se tomaba los alimentos que ella le preparaba, convenientemente mezclados con el tóxico. La mujer apuraba hasta la última gota de caldos y pucheros, con apetito y deleite, dejando atónita a Purita, que decidió, ante la resistencia de la anciana, volver a la choza a llevarse más veneno y doblarle la dosis. La mujer resistía como si de un nuevo Rasputín se tratara y engullía el veneno sin que le hiciera el menor efecto.
Purita apuró en un corto espacio de tiempo el matarratas sustraído y se encontró en la disyuntiva de dejar de administrarlo, cosa impensable si quería que sus planes se hicieran realidad, o acudir al chamizo del siniestro Eusebio. Si saber por qué, los vellos se le erizaban sólo de pensarlo. ¿Y si la sorprendía en plena noche? ¿Qué excusa pondría? Intentó desechar los malos presagios que de forma tozuda luchaban para instalarse en su cabeza y respirando profundamente, se dijo para sí: «Nada ni nadie me harán desistir de mis planes; esta noche iré».
Una vez tomada la decisión, Purita emprendió una frenética actividad encaminada en gran parte a tener la mente ocupada y no pensar más en lo que tanto le preocupaba.
A la llegada de la noche, sirvió la cena y, bien disuelta en la sopa que sirvió, una buena dosis de somnífero, como hacia siempre que quería dejar a las dos ancianas profundamente dormidas. Sin el menor atisbo de piedad para ellas, que estaban totalmente a su merced, las dejó tendidas en sus camas y cerró las puertas con llave. Ni siquiera se molestó en pensar que alguna podría necesitar algo durante la noche y no podría salir de su dormitorio. La impunidad con la que jugaba con sus vidas, el sentimiento de odio injustificado, de envidia malsana y el desprecio por su decrepitud aumentaban su osadía, hasta el extremo que, de no ocurrir un imprevisto, auguraba la pronta desaparición de ambas.
Cuando dieron las dos de la madrugada, salió sigilosamente de la casa por la puerta trasera. Iba envuelta en negros ropajes, que mimetizaban y confundían perfectamente su silueta con la negritud de la noche. No había luna y la oscuridad lo invadía todo con su negro manto. Un escalofrío recorrió su espalda cuando se aproximaba a la huerta de los Moreno.
—¿Qué me pasa esta noche? —se dijo mientras se pasaba la lengua por los resecos labios—. Estoy asustada. ¡Ojalá que todo salga bien!
Al llegar a la esquina colindante de la finca Bujedos con la de los Moreno, se paró en seco mientras trataba de serenar los latidos de su corazón; allí, debajo de las frondosas ramas de un membrillero, camuflada entre el espeso follaje, intentó reunir fuerzas para terminar su misión. A duras penas consiguió templar sus nervios, y respirando profundamente, empezó a subir el balate, que hacía de lindero natural. Esperó un poco mientras agudizaba la vista y el oído, intentando ver u oír algo, pero todo estaba en silencio. Envalentonada por la quietud que rodeaba el lugar, siguió avanzando hasta la entrada de la choza, camuflada debajo del parral y una copuda higuera. Agachó la cabeza para entrar y entonces fue cuando sintió que algo la golpeaba contundentemente. Después, nada…

domingo, 30 de marzo de 2014

LAS DETECTIVES RETORTILLO





 
¿Qué está sucediendo en el precioso pueblo donde nunca pasa nada? ¿Por qué últimamente todos los males se ciernen sobre él y sus gentes? Un exhibicionista que aterroriza a las niñas, una misteriosa desaparición y el brutal asesinato de la hermosa Angelita traen en jaque a la Guardia Civil, que se ve impotente para descubrir a los culpables, mientras un inocente se pudre en la cárcel, pagando por un crimen que no cometió.  El sargento Colomera está convencido de que se ha cometido un error judicial y que el verdadero asesino aún anda suelto y está firmemente decidido a demostrarlo. Pero solo la intervención de las hermanas Retortillo, dos lugareñas ignorantes y zafias, con una gran perspicacia y sagacidad, logra reconducir la investigación y desenmascarar a los verdaderos culpables.


Tengo el placer de comunicaros la publicación de mi novela "Las detectives Retortillo" un thriller ambientado en un pequeño pueblo  andaluz. 650 páginas de intriga y misterio, amenizadas por unos peculiares personajes. Si alguno estáis interesado en conseguirlo, podéis solicitarlo en librerías o en la misma Editorial oficina@united-pc.eu. O bien a través de la página web http://www.united-pc.eu/. Dentro de unos días también estará a la venta on line en Amazon.com para Inglaterra y EE.UU.

Espero que os guste.
Un saludo y feliz semana.
       

domingo, 2 de marzo de 2014

UN POQUITO DE HUMORRRRR.


 EL DOCTOR

El día que terminé mi formación como médico, fue uno de los más felices de mi vida y cuando me destinaron a ejercer de médico rural, me alegré mucho; me gustaba el campo y sus gentes y vivir entre ellos, me devolvía a mis raíces.

En mi vida había oído el nombre del pequeño pueblo a donde fui destinado. Borujos del Tremedal, pueblo de unos mil habitantes, había sido hasta hacía poco, uno más de los pueblos perdidos de España, pero quiso la suerte, que una carretera general de nuevo diseño, lo pusiera en el mapa. Con la nueva vía llegó el progreso y con él, nuevos negocios; gasolinera, área de servicio, restaurantes, etc.

A mi llegada al pueblo me dio la bienvenida la vecina que cuidaba del pequeño dispensario del lugar

 ─ Señor doctor, sea bienvenido. Nicanora Cienfuegos, pa lo que usted guste mandar.─ me dijo una enjuta aldeana de mediana edad, cuyas señas más características, eran su negro atuendo y su pequeño rodete en la nuca.

Pronto fui informado por la señora Nicanora, más conocida por “la Penarlas”, viuda del “Pernales” que, de hecho, pasó a ser mi factótum, de las costumbres más acendradas de la villa y de lo mucho que me convenía respetarlas, más que nada, para ganarme la aceptación de los vecinos, bastante reticentes a la medicina convencional.

Apenas llevaba media hora en el pueblo e intentaba organizar la que sería mi casa y mi consulta, cuando vi invadido el pequeño recinto que hacía de sala de espera, por varios vecinos que rivalizaban entre ellos para ser los primeros en ser recibidos.

─ Nicanora, dile al doctor, que don Evaristo Gordillo quiere verle─ decía un relamido individuo a mi ayudante.

─ Tú te esperas “Burdeles” que yo he llegado antes─ le increpaba acaloradamente un enjuto hombrecillo, con un pañuelo palestino en el cuello.

─ ¡A mí no me llames “Burdeles”!  Para ti soy el señor Gordillo, so cafre, que eres un cafre.

─ Señor Gordillo, señor Gordillo; si antes de montar el puticlub te quitabas el hambre a manotazos…Te crees muy importante ¿verdad? pero yo te conozco de siempre, fantasmón que eres un fantasmón

─Haya paz señores, haya paz─ dije interviniendo ante el cariz que tomaba la trifulca─. Soy el doctor Aniceto Ortuño ¿Qué se les ofrece?

─ ¡Querido doctor! encantado de conocerle. Soy Evaristo Gordillo y me gustaría hablar un momento con usted.

─ Por supuesto, pase usted─ dije mientras estrechaba la blanda y sudorosa mano que el individuo me tendía. 

─ Pues verá usted doctor, quería ponerme a su disposición para cualquier cosa que necesite. Como podrá comprobar, soy un hombre acomodado y tengo influencias que puede necesitar y será para mí un placer ayudarle. ─dijo el melifluo individuo moviendo su gordezuela mano, para mostrar el enorme reloj de oro, que llevaba en la muñeca─. Y a ese que espera, mejor que no le trate mucho. Es un comunista perdido, con decirle que en el pueblo le llamamos “el Stalin”.

Evaristo, me cayó mal. Su atuendo pretencioso en plan señorito andaluz y su engominado pelo, me causó repulsión. Su untuosidad pegajosa y su fofa mano, me dieron asco, pero era un vecino a tener en cuenta y procuré ser cortés. Le seguí un poco la corriente y le guié hasta la puerta, donde él, me tendió de nuevo su mano y una tarjeta de visita.

─ Aquí le dejo la dirección de mi negocio por si le apetece darse una vuelta. Le gustará seguro; tengo las mejores “azafatas” de la región y le harían trato de favor ─ dijo con ojos libidinosos.

Gordillo’s Club, leí con sorpresa en la tarjeta. ¡El individuo me daba la dirección de su “negocio”! Apenas me lo podía creer.

No tuve tiempo de más, pues a continuación, irrumpió “el Stalin”, que cogió mi mano con fuerza y me la estrechó enérgicamente.

─ No sé lo que le habrá dicho “el Burdeles” pero to es mentira ¿A que le ha dicho que no trate conmigo? ¡Es un “facha sinvergüenza”! Va de bueno y decente y en realidad es un guarro. Antes era más pobre que las ratas, pero montó el puticlub y ya se sabe…eso da mucho dinero. Yo soy pobre porque no me vendo. Estoy contra todo y contra todos; me llamo Celedonio Requejo, comunista de los de verdad, soy maoísta- estalinista, ya se lo digo to. Ahora, eso sí; cuando manden los míos… el puticlub me lo quedo yo. Es que… el único defecto que tengo, es que me gustan muchos las mujeres ¿Sabe usted?

─ ¿No está usted casado?─ le pregunté cortésmente.

─ Siiii, con “la Chelo”, y tengo nueve hijos; uno por año. Pero es que a la parienta la tengo siempre preñá, por eso tengo que buscar alivio en otros sitios…ya me entiende.

Ardua labor me esperaba, a tenor de la representación de fuerzas vivas, que me habían dado la bienvenida. Un poco preocupado, pregunté a Nicanora la conveniencia de evitar el trato con semejantes personajes, a lo que ella me respondió.

─ Ni se le ocurra don Aniceto, aunque usted no se lo crea, son los que mandan en el pueblo. Eso sí, evite hablar de política y cuando “la Chelo” le mande llamar para dar a luz, no se extrañe de encontrar un cuchillo debajo de la almohada; es costumbre en el pueblo hacerlo así, porque el dolor se parte en dos ¿sabe? Yo lo hice cuando parí a mi Nicanor y…funciona.

─ Lo que usted diga Nicanora, lo que usted diga ─ dije mientras me tomaba dos aspirina.

lunes, 17 de febrero de 2014

EL COMPLEJO DE EDIPO



El día que mi suegra, Pura, se murió, un hondo suspiro de alivio salió de mi pecho. Lo dejé escapar cuando Cosme, mi marido, no me miraba. Hubiera sido terrible que se diera cuenta de mi alegría en un momento como aquel. Nuestro matrimonio había sido un calvario por la presencia constante en nuestra vida, de la meticona de doña Pura, una madre chapada a la antigua que, había criado a su único hijo con un complejazo de Edipo de no te menees.  Lo que yo llevaba pasado, solo Dios lo sabe. Ni siquiera entiendo como aguanté tantos años a su lado.
─ Mi madre guisa mejor que tú. Sus albóndigas son insuperables y su ensaladilla rusa…ummmm ¡una delicia! Y las croquetas ¡Ay! las croquetas.  La camisa no está bien planchada, me has hecho dos marcas…. llama a mi madre para que te enseñe. Etc.
 

Siete años con el mismo sonsonete, siete años de aguantar las ganas de mandarle a él, y a su madre, a hacer puñetas y mira por donde, un día se queda dormida y ya no despierta. ¡Dios es justo!─ pensé dándole gracias.
Mi marido lloró a moco tendido durante un mes entero y le guardó luto muchos más, pero yo, me quedé en la gloria. Cuando Cosme se recuperó un poco, hubo que recoger las pertenencias de la difunta de su pisito y haciendo de tripas corazón, le ayudé en la tarea, más que nada, para evitar que me llenara la casa de trastos.
Pude conseguir que no se quedara con la ropa, ni los horrorosos muebles, pero no pude evitar que el retrato de doña Pura, presidiera a partir de aquel día mi salón. Estaba horrorosa; delgadita y arrugada como una pasa, vestida de negro, con su alto moñete y sus crueles ojillos que miraras desde donde miraras, siempre me miraba a mí. Cada vez que pasaba por delante, me daba un repelús y últimamente, se me había metido en la cabeza la idea de que el retrato movía los ojos. ¿Estaría volviéndome loca?

Mis sospechas se convirtieron en certeza cuando mi marido empezó a interrogarme cada día acerca de mis actividades de la jornada. El día que me quedé mirando el trasero del repartidor de butano con ojos admirativos, Cosme lo supo. ¿Y quién se lo había podido decir, si allí no estábamos más que el retrato y yo? Y el día que le puse albóndigas congeladas, harta de que me las comparara con las de la difunta, también lo supo.
─Que pasa contigo ¿no has tenido tiempo de preparar la comida y me pones congelados? Mi madre jamás hizo algo parecido.─ me dijo con la cara congestionada.
Un día, harta de que los ojos de la difunta me siguieran por toda la casa, tapé el cuadro con un trapo negro hasta que llegó Cosme. Bueno, pues lo supo. Él no sabía cómo decírmelo e intentó contar una historia increíble, pero yo sabía que mentía, pues el día que quise darle un beso delante del cuadro, se puso rojo como la grana y me esquivó. Y yo creo que hasta oí el gruñido de disgusto que emitía mi suegra, cada vez que yo le hacía a Cosme algún arrumaco.

¡Con que esas tenemos! No he tenido bastante con aguantarla en vida, sino que también voy a soportarla muerta. ¡De eso nada!
Intenté que mi marido le perdiera el miedo, pero no hubo forma. Él, no consentía besarme ni hacerme el amor en ningún rincón de la casa, salvo en el dormitorio y eso que, yo le provocaba a conciencia, poniéndome atrevidos picardías y adoptando posturitas incitantes, justo en el sofá del salón debajo del cuadro de su madre.
Después empecé a creer que la casa entera estaba embrujada. La almohada que teníamos en la cama, era de su madre y no hubo forma de disuadirle de que dejáramos de usarla. Era nuevecita, de visco látex,  pero no sé porque, me daba muy mal fario. Era como si hurgara en mi mente. ¡Porque vamos a ver! ¿Cómo puede explicarse, que mi marido supiera lo que yo pensaba, cuando hacíamos el amor? El día que estuve pensando en Richard Gere, la almohada se lo chivó.
─ ¿En quien pensabas anoche cuando…ya sabes?─ preguntó con retintín.
─ En ti mi amor ¿En quién iba a pensar? ─mentí descaradamente.
─Pues yo creo que estabas con Richard Gere…no sé por qué será.
─ ¡Bruja!─ insulté a la difunta con todas mis fuerzas─. Te vas a enterar de lo que soy capaz.


Decidí llamar a mi prima Celedonia que era vidente, para que me ayudara a desenmascarar a la difunta; todo a espaldas de Cosme, naturalmente. En cuanto ella entró en la casa un viento helado nos recorrió la espalda y eso, que era verano y el viejo transistor de doña Pura que estaba en una estantería, se puso a funcionar. Intenté apagarlo pero no pude y él solito, cambiaba de una emisora a otra, pero pusiera la que pusiera, siempre se oía la misma canción. “Donde estará mi carro” de Manolo Escobar, la preferida de mi suegra. Terminé estrellando el trasto, contra la pared.
La prima Celedonia me confirmó que el maléfico espíritu de la difunta, se había adueñado de la casa y que sería difícil acabar con él, salvo que hiciera desaparecer los objetos que le habían pertenecido. Entonces decidí darle un ultimátum a Cosme y toda campanuda, le insté a que escogiera; o yo, o los recuerdos de su madre.
Perdí, y él prefirió seguir con su retrato y su almohada y abandonarme a mí. Salió de mi casa con ambos bajo el brazo y una vez desaparecidos, la paz volvió a reinar en ella.  No lo sentí demasiado; la verdad. El butanero me había guiñado un ojo vario veces y pronto me subió algo más que el butano. Claro que, lo primero que le pregunté, es si tenía madre y si era hijo único.

─Tranquila Lola,  que mi madre vive en Almendralejo con mi hermana y no le gusta Madrid.

Debo decir que ahora beso a mi chico donde me apetece y los únicos ojos que me siguen en mi casa, son los suyos.
 
FIN