domingo, 11 de enero de 2015



IM MEMORIAM DE FRANCISCO MOLINA OLMOS


“Te perdiste los olores
de tu pueblo en el verano
de los trigos en las eras
de los mirtos y los nardos…”

─Mándame ropa de abrigo Juan, que no puedo soportar el frío que hace. Esta frase iba incluida en la última, y escueta misiva, que, Francisco Molina Olmos, vecino de Olivares de Moclín, prisionero en el campo nazi de Gusen, envió a su hermano Juan, refugiado político residente en Francia. (Ambos habían combatido en el Ejército Republicano durante la guerra civil).
Juan, reunió sus escasos ahorros y le compró un jersey de gruesa lana, varios pares de calcetines, y le envió un paquete a través de Cruz Roja para que lo recibiera en Navidad. También le mandó algunos alimentos, pues estaba al tanto del hambre que padecían, y de las terribles condiciones de vida que tenían que soportar.

Ya cayeron las hojas de los árboles
Como cada otoño desde siempre
Y las nieves con toda su crudeza
Se hicieron perpetuas, omnipresentes

─Pero Francisco nunca recibió el paquete, porque unos días antes de la Navidad de 1941, fue trasladado al campo principal; Mauthausen.
Francisco no sospechaba que este traslado, iba a suponer un calvario mucho peor que el sufrido en Gusen, pero pronto pudo comprobar que, sus padecimientos, no habían hecho más que empezar.
─ Hacinados en barracones infectos, sin ropa de abrigo, sin comida, y con unas temperaturas de varios grados bajo cero, los prisioneros se arrebujaban unos con otros, en un infructuoso intento de darse calor.
─ ¿Pero qué calor podían darse unos cuerpos famélicos y enfermos?
─ La noche pasaba lentamente, entre tiritonas, y llantos ahogados. De madrugaba, los nazis, y guardianes, aparecían para increparles, vejarles, humillarles, y llevarles al trabajo. Subir más de cien escalones cargados con una enorme piedra en sus espaldas, bajar, subir, volver a bajar… y así, durante todo el día.
 Francisco está débil y su escuálido cuerpo, no puede aguantar el ímprobo esfuerzo: se desploma y cae;  un vigilante le da un culetazo con su fusil, intenta levantarse y vuelve a caer. Otro prisionero le ayuda y consigue llegar arriba una vez más.
─ ¡Aguanta chaval, aguanta!… o estos te matarán si te ven enfermo─ le susurra apremiante.
-Francisco, se ha hecho un hombre entre trincheras y cañonazos, luchando desde los 19 años, cuando apenas era un niño, sabe de padecimientos y privaciones, de vivir en peligro, pero esta barbarie actual, apenas la puede soportar. Piensa que es un mal sueño, una pesadilla, que pronto terminará, y podrá volver a su pueblo, a sus Olivares. Quizá aquella chica que tanto le gustaba, aún esté esperándole… quizá…
-Aguanta unos pocos días más, sin perder la esperanza, sacando fuerzas de su férrea voluntad, y de su noble carácter. Pasa hambre y se pregunta, por qué, su hermano, no le manda paquetes como antes.  Ni siquiera se puede imaginar la desesperación de Juan, cuando Cruz Roja le devuelve el último envío por no haber encontrado al destinatario.
- El tiempo se acaba para Francisco. El día trece de Enero de 1942 cumplió 25 años, pero apenas fue consciente de ello. Tose mucho, tiene un fuerte dolor en el pecho que apenas le deja respirar. Está tan débil y enfermo que, al día siguiente, no puede levantarse para ir a trabajar; la fiebre le consume. A las tres y media de la tarde, le van a buscar. Francisco cree que le llevan a la enfermería, pero no; le trasladan con otros  prisioneros, a lo que ellos creían eran las duchas.
-¡Por fin nos vamos a poder duchar! piensa gozoso. Quizá con el agua calentita se me pase este catarro – exclama esperanzado.
-Entran en el recinto y las puertas se cierran. De arriba, del techo, no cae agua caliente, sino gas venenoso. Francisco se retuerce entre estertores agónicos, intentando salir de allí, pero no puede; gritan, arañan las paredes y las puertas, pero todo es inútil y en pocos minutos, todo ha acabado.
─ Fuera, sus verdugos, fuman, ríen, y bromean, como si no pasara nada. Después de un tiempo prudencial, se abren las compuertas, y la montaña de cuerpos retorcidos, es cargada sin miramientos en pequeños carromatos, y trasladada a los hornos crematorios, para reducirles a cenizas, y tratar de borrar toda huella del asesinato.
─ Cuando el campo fue liberado por los aliados, un sacerdote que había sido compañero de Francisco en el campo y sobrevivió, busco a Juan en Francia, y le relató la terrible suerte de su hermano. En sus manos portaba una pequeña urna de latón, con cenizas de los hornos crematorios. Juan perdió el conocimiento cuando supo la noticia y estuvo varios meses enfermo con una grave depresión. Jamás pudo hablar de su hermano sin que las lágrimas acudieran a sus ojos como torrentes desbocados, al igual que sus padres, y el resto de sus hermanos.
─ Amigos, esta es la triste y dramática historia de un Garduño, que tuvo muy mala suerte. Yo, su sobrina, me he propuesto que la memoria de Francisco Molina Olmos, no caiga en el olvido, a pesar de la miserable actitud del Alcalde de Moclín, el cual se ha negado tan siquiera, a considerar rendirle un homenaje. Mi tío es el único vecino del municipio de Moclín, que tuvo una muerte tan horrible, pero a este hombre, no deben parecerle demasiados méritos. Moclín debe ser el único municipio de España, que se ha negado a honrar la memoria de uno de sus vecinos, mártir del Holocausto. ¡¡Vergüenza y deshonor para el Consistorio que permite semejante felonía e injusticia!!
 Yo publicaré reseñas en su honor siempre que la ocasión lo requiera, y espero que, a los políticos municipales, se les caiga la cara de vergüenza, si es que la tienen ¡Claro!
Hoy día 14/01/2015 hace 73 años de su asesinato, y en mi recuerdo, y en el de mi familia, ÉL, siempre está presente.

Un muchacho de andares vacilantes
Avanza entre las nieves con esfuerzo
Catorce horas de trabajo le esperaban
Como cada día, desde hacía tanto tiempo.
¿Dónde se esconden las aves en invierno?
Aquellas que me alegraban con sus trinos
Aquellas que me daban esperanzas
De justicia, pan, y otros destinos
¡Basura! me llaman los soldados
¡Miserable! sin pueblo y sin derechos
Francisco Molina Olmos me llamo
Y soy un hombre, un soldado, y no un desecho
Yo no soy un paria sin arraigos
Yo soy de los Molinas de mi pueblo
De mi pueblo lejano y añorado
De mi clara y ardiente Andalucía
Y en mi casa me esperan con amor
Añorándome con ansia noche y día
Soldado en una guerra fratricida
De esa España tan lejana  y tan ingrata
Que abandona y olvida a sus soldados.
Y les niega el honor y las medallas.

Dedicada con amor a mi tío, no por ausente, menos querido.
DESCANSA EN PAZ.         Ana Molina: 14/01/2015