EL DOCTOR
El
día que terminé mi formación como médico, fue uno de los más felices de
mi vida y cuando me destinaron a ejercer de médico rural, me alegré
mucho; me gustaba el campo y sus gentes y vivir entre ellos, me devolvía
a mis raíces.
En
mi vida había oído el nombre del pequeño pueblo a donde fui destinado.
Borujos del Tremedal, pueblo de unos mil habitantes, había sido hasta
hacía poco, uno más de los pueblos perdidos de España, pero quiso la
suerte, que una carretera general de nuevo diseño, lo pusiera en el
mapa. Con la nueva vía llegó el progreso y con él, nuevos negocios;
gasolinera, área de servicio, restaurantes, etc.
A mi llegada al pueblo me dio la bienvenida la vecina que cuidaba del pequeño dispensario del lugar
─
Señor doctor, sea bienvenido. Nicanora Cienfuegos, pa lo que usted
guste mandar.─ me dijo una enjuta aldeana de mediana edad, cuyas señas
más características, eran su negro atuendo y su pequeño rodete en la
nuca.
Pronto
fui informado por la señora Nicanora, más conocida por “la Penarlas”,
viuda del “Pernales” que, de hecho, pasó a ser mi factótum, de las
costumbres más acendradas de la villa y de lo mucho que me convenía
respetarlas, más que nada, para ganarme la aceptación de los vecinos,
bastante reticentes a la medicina convencional.
Apenas
llevaba media hora en el pueblo e intentaba organizar la que sería mi
casa y mi consulta, cuando vi invadido el pequeño recinto que hacía de
sala de espera, por varios vecinos que rivalizaban entre ellos para ser
los primeros en ser recibidos.
─ Nicanora, dile al doctor, que don Evaristo Gordillo quiere verle─ decía un relamido individuo a mi ayudante.
─
Tú te esperas “Burdeles” que yo he llegado antes─ le increpaba
acaloradamente un enjuto hombrecillo, con un pañuelo palestino en el
cuello.
─ ¡A mí no me llames “Burdeles”! Para ti soy el señor Gordillo, so cafre, que eres un cafre.
─
Señor Gordillo, señor Gordillo; si antes de montar el puticlub te
quitabas el hambre a manotazos…Te crees muy importante ¿verdad? pero yo
te conozco de siempre, fantasmón que eres un fantasmón
─Haya
paz señores, haya paz─ dije interviniendo ante el cariz que tomaba la
trifulca─. Soy el doctor Aniceto Ortuño ¿Qué se les ofrece?
─ ¡Querido doctor! encantado de conocerle. Soy Evaristo Gordillo y me gustaría hablar un momento con usted.
─ Por supuesto, pase usted─ dije mientras estrechaba la blanda y sudorosa mano que el individuo me tendía.
─
Pues verá usted doctor, quería ponerme a su disposición para cualquier
cosa que necesite. Como podrá comprobar, soy un hombre acomodado y tengo
influencias que puede necesitar y será para mí un placer ayudarle.
─dijo el melifluo individuo moviendo su gordezuela mano, para mostrar el
enorme reloj de oro, que llevaba en la muñeca─. Y a ese que espera,
mejor que no le trate mucho. Es un comunista perdido, con decirle que en
el pueblo le llamamos “el Stalin”.
Evaristo,
me cayó mal. Su atuendo pretencioso en plan señorito andaluz y su
engominado pelo, me causó repulsión. Su untuosidad pegajosa y su fofa
mano, me dieron asco, pero era un vecino a tener en cuenta y procuré ser
cortés. Le seguí un poco la corriente y le guié hasta la puerta, donde
él, me tendió de nuevo su mano y una tarjeta de visita.
─
Aquí le dejo la dirección de mi negocio por si le apetece darse una
vuelta. Le gustará seguro; tengo las mejores “azafatas” de la región y
le harían trato de favor ─ dijo con ojos libidinosos.
Gordillo’s Club, leí con sorpresa en la tarjeta. ¡El individuo me daba la dirección de su “negocio”! Apenas me lo podía creer.
No tuve tiempo de más, pues a continuación, irrumpió “el Stalin”, que cogió mi mano con fuerza y me la estrechó enérgicamente.
─
No sé lo que le habrá dicho “el Burdeles” pero to es mentira ¿A que le
ha dicho que no trate conmigo? ¡Es un “facha sinvergüenza”! Va de bueno y
decente y en realidad es un guarro. Antes era más pobre que las ratas,
pero montó el puticlub y ya se sabe…eso da mucho dinero. Yo soy pobre
porque no me vendo. Estoy contra todo y contra todos; me llamo Celedonio
Requejo, comunista de los de verdad, soy maoísta- estalinista, ya se lo
digo to. Ahora, eso sí; cuando manden los míos… el puticlub me lo quedo
yo. Es que… el único defecto que tengo, es que me gustan muchos las
mujeres ¿Sabe usted?
─ ¿No está usted casado?─ le pregunté cortésmente.
─
Siiii, con “la Chelo”, y tengo nueve hijos; uno por año. Pero es que a
la parienta la tengo siempre preñá, por eso tengo que buscar alivio en
otros sitios…ya me entiende.
Ardua
labor me esperaba, a tenor de la representación de fuerzas vivas, que
me habían dado la bienvenida. Un poco preocupado, pregunté a Nicanora la
conveniencia de evitar el trato con semejantes personajes, a lo que
ella me respondió.
─
Ni se le ocurra don Aniceto, aunque usted no se lo crea, son los que
mandan en el pueblo. Eso sí, evite hablar de política y cuando “la
Chelo” le mande llamar para dar a luz, no se extrañe de encontrar un
cuchillo debajo de la almohada; es costumbre en el pueblo hacerlo así,
porque el dolor se parte en dos ¿sabe? Yo lo hice cuando parí a mi
Nicanor y…funciona.
─ Lo que usted diga Nicanora, lo que usted diga ─ dije mientras me tomaba dos aspirina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario