EL ACOSO; PARTE II
Vivían sin estrecheces y criaban y educaban a sus hijos en buenos colegios, dándoles todas las oportunidades que entonces se tenían como prioritarias.
Eugenia, la mayor se educó en un colegio de monjas y recibió una esmerada y completa preparación, para lo que supuestamente iba a necesitar en el futuro.
La madre se quedó con un montón de hijos pequeños y ningún ingreso, a excepción de una pequeña pensión, de la noche a la mañana.
Eugenia tenía entonces 19 años y un novio formal de buena familia, que estudiaba la carrera de abogado en una universidad de Madrid.
Ni por asomo ellas habían pensado que, semejante situación se pudiera dar en sus vidas. Eugenia oía a su madre llorar y lamentarse a todas horas, las reservas económicas fueron menguando y el nivel de vida cayó bruscamente hasta casi rozar la indigencia.
Malvendieron la casa donde vivían y se trasladaron a un barrio periférico, mas económico.
Ni aún así solucionaron la situación. La familia que al principio les había ayudado, poco a poco fue poniendo distancias. No tardaron mucho en verse sin ingresos y sin apenas poder comer.
Eugenia empezó a buscar trabajo aconsejada por una antigua amiga, que veía como sufría y como se hundía la familia.
Dadas las otrora buenas relaciones de la familia con lo mejor de la sociedad, Eugenia encontró trabajo en una joyería muy famosa y antigua donde la clientela era la "creme de la creme". Ella con sus bueno modales y su exquisita educación era idónea para atender a las exigentes clientes. Al principio todo fue inmejorable. Los dueños de la joyería estaban encantados con aquella dependienta tan guapa, fina y educada.
Las ventas iban muy bien y la joyería incrementó sus ganancias considerablemente. Muchos señores iban a comprar joyas a sus esposas personalmente, solo para ver a la "niña de Soriano" y para ser atendidos por ella.
La dueña del establecimiento estaba casada con un inútil, que no trabajaba ni ejercía actividad alguna. Solo aparecía por el local de vez en cuando para pavonearse y vaciar la caja. Su esposa era la entendida en gemas y había heredado el negocio de su familia. Le aguantaba y mantenía por el que dirán, pero hacia mucho tiempo que el amor había desaparecido entre la pareja.
Eugenia no sabia como frenar aquella situación. Empezó a vestirse como si de una viuda se tratara. Se cubría todo lo que podía, bajó el borde de sus vestidos, dejó de maquillarse y procuraba que su aspecto fuera poco atractivo. Ella se sentía culpable de aquella situación y creía que si iba poco atractiva, su jefe dejaría de sentir interés por ella. No sirvió de nada; el individuo acostumbrado a hacer lo que quería no podía soportar que su empleada le dijera "No".Eugenia en su situación no podía dejar el trabajo, ya que era el único ingreso que entraba en su casa y gracias a el, podían subsistir.
Fue decayendo y perdiendo lozanía, apenas dormía, dejó de comer y adelgazó considerablemente.
Un día su jefa la llamó al orden por su desmejorado aspecto, y ella empezó a llorar desconsoladamente. La mujer se alarmó ante aquel estallido y le preguntó si estaba enferma. Eugenia ya no pudo más y de forma vehemente le contó a la mujer lo que ocurría.
Ella, en el primer momento se quedó callada. Sabía que su marido era un vividor y un sinvergüenza, pero ella guardaba las apariencias, que en su escala de valores era básico y fundamental. "Lealtad", le llamaban entonces a esta actitud, que consistía en detestar a la pareja, pero fingir que era maravillosa.
Andrés por su parte, contaba las veces que había estado con ella, que era una bomba sexual, etc.
Eugenia quedó desprestigiada en toda la ciudad. Pronto no se hablaba de otra cosa que de su desvergüenza. Su novio que se enteró de los cotilleos, la dejó sin darle ninguna explicación y a los pocos meses, su cabeza hizo cracc.Tuvo que ser ingresada en una clínica psiquiátrica, ya que intentó suicidarse tomando varios frascos de pastillas.
Los joyeros se separaron al poco tiempo. Andrés dejó embarazada a la hija de unos amigos y el escandalo que se ocasionó fue mayúsculo.
Eugenia salió tocada de aquella experiencia. Nunca volvió a ser la misma. Siempre iba vestida de negro y con la falda por debajo de las rodillas. Ni siquiera aquella vestimenta podía ocultar su rutilante belleza. Cuando paseaba por la Gran Vía, todos los ojos se volvían a mirarla.
Cuando ya rebasaba los 30 años, fue cortejada por un señor viudo con varios hijos, que ejercía como catedrático en la universidad. Este señor había sido alumno de su padre. Se casaron y abandonaron la ciudad, sin que nadie, excepto su familia supiera su nuevo destino.
AMIGOS: Esta es una historia real, en la cuál los nombres verdaderos han sido omitidos. Yo personalmente conocí a esta joven y vi como esta situación de acoso destrozó su vida
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