MARÍA LA CASTAÑERA
Mi vecina María se jubiló a
los 70 años, después de una vida llena de esfuerzo y visicitudes. Ella sola tuvo
que criar a sus cuatro hijos y trabajar toda su vida desde que era niña, pero
¡por fin! le llegaba el ansiado retiro. Muy contenta me invitó a su casa para
darme la buena nueva, e invitarme a un café.
María es una mujer especial;
bondadosa y servicial. Siempre tiene una palabra amable y un cariñoso saludo
para todo el mundo. En nuestro barrio todos la conocen porque ha
regentado un puesto de chucherías y castañas asadas, toda su vida. El
Ayuntamiento se lo concedió cuando quedó viuda.
¡Castañas asadas! ¡A la rica
castaña calentita! Gritaba una y otra vez, para atraer a los transeúntes.
Todos acudíamos a comprar, pues
las preparaba de una forma especial. Su género era el mejor y su simpatía y
afabilidad atraían a los clientes. Todos queríamos a María.
Quedó viuda muy joven con sus
cuatro hijos pequeños, pero ella trabajó duro para que nada les
faltara.
Los educó, les inculcó el afán
por saber y el ansia de progresar, y Dios, premió tanto esfuerzo y tanto trabajo
concediéndole unos hijos maravillosos y bien educados. Los cuatro estudiaron y
se hicieron personas de provecho.
Ella sonreía orgullosa cada vez
que hablaba de sus logros y todos la que la queremos, nos alegrábamos con
ella.
Los cuatro encontraron trabajo,
se casaron, tuvieron hijos y progresaron. Todo fue bien durante unos años en los
cuales, todo parecía fácil. Había trabajo de sobra, todos los comercios buscaban
personal, y la abundancia de ropa, comida,y coches nuevos y relucientes, cegaban
nuestra vista, haciéndonos vivir el sueño de que éramos
ricos.
Nuestros Gobernantes derrochaban
el dinero alegremente en múltiples bobadas. Se hicieron obras y más obras. Unas
eran necesarias; otras absurda y carentes de
sentido.
Empezaron a llegar gran cantidad
de inmigrantes atraídos por la oferta de empleo y por primera vez nuestra amiga
pudo permitirse contratar a una persona para que la ayudara unas horas, y la
descargara de tanto trabajo.
De pronto todos empezamos a oír
algo sobre una "crisis" que se avecinaba y que al parecer, nuestros gobernantes
tenían que atajar. La Oposición reprochaba al Gobierno la ocultación de dicha
crisis. El Gobierno nos decía que era una falacia y que la economía estaba mejor
que nunca etc.
Un día mi vecina me preguntó mi
opinión y yo no supe que decirle. Ella estaba asustada por los incesantes
rumores y temía por sus hijos; todos estaban endeudados con los bancos. Habían
comprado sus casas contratando grandes hipotecas que tendrían que arrastrar
durante cuarenta años.
La primera señal de alarma llegó
cuando su hijo Carlos padre de una niña, fue despedido de su empresa de la noche
a la mañana. Después le siguió Jorge, luego Ángela y por ultimo,
Juan.
Aguantaron durante unos meses
con el paro y algunos pequeños ahorros pero al final, fue María, su madre, la que
acudió a socorrerles con sus ahorros.
Cuando estos se agotaron, ella ya
no pudo seguir dándoles dinero; solo le quedaba su casa y sus pequeños ingresos.
No obstante, preparaba todos los días la comida para que ellos al menos, pudieran
comer caliente.
Juan encontró algún trabajo
esporádico como barrendero y camarero. Él, que había sido un economista
brillante, de pronto, se vio barriendo las aceras de la calle. Carlos probó suerte
en Alemania y allí sigue trabajando en lo que le ofrecen, separado de su mujer y
de su hija que ahora viven con los padres de ella. Jorge y Ángela, han perdido
sus casas y se han refugiado con sus familias, en la casa de
María.
Mi vecina cobra 800 € de pensión
y con ellos da de comer a sus hijos y nietos, ocho personas en total. Por
primera vez he visto a María triste y sin ganas de vivir. Un día la vi con su
carrito, en una larga fila delante de la Parroquia, para conseguir
comida.
Mi alma se partió en dos cuando
la observé, y por delicadeza hacia ella, fingí mirar para otro lado para que no
viera que yo estaba al tanto de su penuria.
A sus setenta y tres años María
intentó que el Ayuntamiento le restituyera el permiso de explotación de su
puesto de castañas, para intentar ganar algún dinero que aliviara su situación.
Más el responsable de estos permisos ya no era el mismo que ella conocía, y
ahora el puesto de María es regentado por un enchufado del actual
preboste.
Mi amiga ha perdido la fe en los
seres humanos, y llora amargamente, por el incierto futuro de sus maravillosos
hijos. Esos hijos que ella crió con tanto esfuerzo y
trabajo.
A nosotros sus amigos, nos duele
sobremanera verla en esa situación y un día nos reunimos para hablar de ello, y
ver de que forma la podríamos ayudar. Decidimos prescindir de los regalos
navideños y emplear ese dinero en regalarle una hermosa cesta llena de cosas
ricas, para que pueda celebrar la Nochebuena como ella se
merece.
La situación de esta familia nos
ha hecho recapacitar y darnos cuenta de que no hay que ir a otros continentes
para ayudar a la gente; lo podemos hacer aquí, en la gran ciudad, en nuestro
barrio, en nuestro edificio....
Por eso yo, al próximo Año
Nuevo, solo le pido salud, trabajo, y esperanza para todos mis conciudadanos, y
que nunca jamás, tengamos que vivir otra situación como
esta.
FIN